


Columna en La Tercera: «El Estado emprendedor como estrategia de autonomía en política exterior»
Andrés Villar Gertner, Cristóbal Bywaters C. y Daniela Sepúlveda Soto
Pese a haber mejorado sustantivamente su estatus internacional durante las últimas décadas, la presencia de Chile en el mundo está definida, en buena medida, por su condición de vulnerabilidad. Su tamaño y modelo de desarrollo lo hacen particularmente sensible a shocks externos y a los vaivenes del poder internacional.
Una adecuada lectura del mundo en que se inserta, sus actores, correlaciones de fuerza, tendencias y lógicas dominantes es, por consiguiente, una necesidad de primer orden para un país como el nuestro.
Recientemente, ha cobrado cierta popularidad, entre círculos internacionalistas locales, la idea según la cual nos encontramos ante la emergencia de una nueva guerra fría, esta vez entre Estados Unidos y China, y que, por consiguiente, Chile debería asumir una política de no alineamiento activo.
En un momento histórico signado por la incertidumbre y el desorden, tal perspectiva posee la indiscutible virtud de ofrecer certezas al observador, al hacer referencia a un esquema ya conocido –el de la guerra fría entre Washington y Moscú– y prescribir una estrategia a la medida del diagnóstico.
Aunque seductora, la lectura de una nueva guerra fría corre el riesgo de ser, en el mejor de los casos, prematura.
Si bien la disputa chino-estadounidense es una realidad con importantes consecuencias para el mundo, la actual distribución del poder en el sistema internacional no corresponde a una de tipo bipolar. Desde el mundo multiplex de Acharya hasta la no polaridad de Drezner y compañía, variadas interpretaciones coinciden en visualizar a la multiplicidad de actores y sus tipos, la fragmentación del poder y la creciente complejidad de la gobernanza global como rasgos distintivos del sistema internacional contemporáneo. Un panorama opuesto al de orden y predictibilidad que dominó al mundo posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Incluso si el sistema en configuración fuese bipolar, ello no haría a ambos momentos históricos necesariamente analogables. La guerra fría fue mucho más que una determinada distribución del poder en el sistema internacional. Se trató, en último término, de un fenómeno de amplio espectro que estructuró el conflicto político en torno a dos modelos mutuamente excluyentes de progreso, moldeando identidades políticas y procesos sociales a escala planetaria. La disputa entre Washington y Beijing dista de tal alcance.
Es más, contrario a lo que podría esperarse de un escenario de guerra fría propiamente tal, las estrategias de actores claves como la Unión Europea, Rusia, Turquía, Irán, Japón, Corea y ASEAN –por nombrar algunos– no se ajustan a la lógica del alineamiento bipolar, ni menos parecen interesadas en converger en un “tercer movimiento”.
En suma, lejos de encontrarnos en un contexto de guerra fría, todo parece indicar que asistiremos, al menos por un tiempo, a un escenario multipolar complejo, fragmentado y fluido. Sin duda, la competencia entre Estados Unidos y China tiene y tendrá un peso significativo, pero no es claro que logrará subordinar las múltiples agendas internacionales –un dato clave para países como el nuestro, que ven las disputas entre las grandes potencias desde la distancia. Como esbozamos en una columna anterior, la problemática central que enfrentará Chile en este escenario será la generación de los mayores espacios posibles de autonomía estratégica en la consecución de sus objetivos de desarrollo de mediano y largo plazo.
Flexibilidad, resiliencia, incrementalidad y agilidad serán atributos claves a cultivar a fin de asegurar tal autonomía en un escenario internacional como el descrito. Un rol estatal conductor será clave en este sentido.
A nivel doméstico, ello implicará la difícil tarea de compatibilizar la apertura económica vigente con mecanismos que permitan tanto reducir la vulnerabilidad externa de la economía nacional como contar con un modelo de desarrollo más justo y sustentable. Asimismo, será necesario construir los acuerdos políticos necesarios para dar viabilidad y proyección a las opciones estratégicas que se tomen.
En lo tocante a la política exterior, la ampliación del margen de autonomía estratégica requerirá lo que el académico Andrew F. Cooper denomina Estado emprendedor—una aproximación caracterizada por un enfoque integrador de políticas a nivel doméstico (whole-of-government), la capacidad de innovación e iniciativa diplomática, y la construcción de coaliciones internacionales ad hoc.
Una política exterior de tipo emprendedor se orienta a la maximización del margen de maniobra diplomática del país, no a su reducción. En lugar de esquemas de asociación rígidos y/o inconsistentes con un sistema multipolar, es necesario apostar por la articulación de esquemas de asociación flexibles, tanto con actores estatales y no estatales, como con organismos internacionales y la sociedad civil.
Otro componente central es el despliegue de una estrategia diplomática de nicho que concentre los esfuerzos externos del país en áreas en las cuales cuenta, por sus atributos y/o experiencia histórica, con ventajas particulares. Así como en la posguerra fría se perfiló al país como un campeón del libre comercio, en el contexto de crisis climática debemos apostar a convertir a Chile en una potencia turquesa en el cuidado del medio ambiente y los océanos.
Finalmente, una condición indispensable para un Estado emprendedor será el desarrollo de capacidades humanas altamente especializadas en los nichos diplomáticos seleccionados, además de capacidades institucionales de planificación estratégica que permitan reducir el margen de incertidumbre e identificar a tiempo escenarios, oportunidades y amenazas.
La crisis del orden internacional liberal en curso no es indistinta para un país como Chile, que históricamente lo ha promovido y se ha beneficiado de él. En un sistema internacional entrópico, nuestra tradicional apuesta por la estabilidad de las reglas internacionales, promoción de los DD.HH. y, a estas alturas, defensa del multilateralismo cobran renovada actualidad. Desde una perspectiva progresista, el impulso de iniciativas colectivas para la reforma de los aspectos menos benignos de dicho orden resulta indispensable.
Nuestra condición de país pequeño, lejos de ser una condena a la irrelevancia, ofrece posibilidades que, de ser abordadas con la visión e instrumentos apropiados, abren las perspectivas de un promisorio nuevo ciclo de la política exterior chilena.
Publicado en La Tercera (20-01-2021): https://www.latercera.com/opinion/noticia/el-estado-emprendedor-como-estrategia-de-autonomia-en-politica-exterior/O5HBXY4RLBEBLEOGO2RLV726VQ/

Columna en El Mostrador: «Estancamiento y crisis del Servicio Exterior»
Carola Muñoz y Cristóbal Bywaters
Las cancillerías del mundo atraviesan, desde hace algunos años, una profunda crisis de sentido.[1] La pérdida del monopolio de la política exterior vis a vis la creciente internacionalización de múltiples actores estatales y no estatales, la primacía de la diplomacia presidencial, el mayor escrutinio público de las relaciones exteriores y la constante reducción relativa de sus presupuestos han configurado un nuevo contexto de la actividad diplomática al cual les ha sido difícil adaptarse.
En el caso del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, esta situación general tiene como una de sus expresiones más conspicuas lo que se ha llamado el estancamiento del Servicio Exterior (SE); una crisis estructural de la carrera diplomática caracterizada por el progresivo envejecimiento de la sección superior del escalafón del SE, la resistencia a retirarse de la carrera por parte de quienes la conforman, y el consiguiente congelamiento de la movilidad interna en los niveles inferiores. De prolongarse en el tiempo, el estancamiento amenaza con colapsar la carrera diplomática y perpetuarse como un obstáculo crónico a los esfuerzos modernizadores de nuestras relaciones exteriores.
Recientemente, este estancamiento ha suscitado un ingente debate al interior de la Cancillería, particularmente entre sus actores interesados – los diplomáticos y diplomáticas de carrera – quienes ven frustradas sus legítimas perspectivas de desarrollo profesional. No obstante, más allá de los intereses gremiales, esta situación representa un problema de primer orden para el futuro de nuestra política exterior al limitar la necesaria renovación del servicio y la introducción de nuevas capacidades profesionales y perspectivas innovadoras en nuestra representación diplomática.
En el nuevo ciclo de la política exterior es imperioso contar con un SE que ponga en valor la diversidad de nuestro país en términos socioeconómicos, étnicos y de género; con una alta especialización en agendas internacionales claves; y con habilidades para adaptarse a un entorno caracterizado por la creciente importancia de la diplomacia pública y digital.
El estancamiento del Servicio Exterior
Al igual que en otros países, la carrera diplomática chilena posee una estructura jerárquica. Se inicia formalmente en el grado de Tercer Secretario de Segunda Clase y culmina en el grado de Embajador. Entremedio se encuentran los grados de Tercer, Segundo y Primer Secretario/a, Consejero/a y Ministro Consejero/a (MC). Sin embargo, es en este último nivel – inmediatamente anterior al de Embajador – donde, en los hechos, concluye la carrera, ya que los MC deben renunciar a su cargo para convertirse en embajadores. En ese momento pasan a depender de la exclusiva confianza del Presidente/a de la República, perdiendo la inamovilidad funcionaria que poseen los funcionarios públicos.
La movilidad interna de los funcionarios diplomáticos – es decir, el proceso de ascensos entre los distintos grados del escalafón – está sujeta al cumplimiento requisitos formales, el cual les permite acceder al grado inmediatamente superior. No obstante, para que esto suceda, es preciso que en el nivel más alto de la carrera se liberen vacantes. Como resultado de la inamovilidad funcionaria, ello sólo ocurre si los MCs salen del escalafón, ya sea porque son nombrados embajadores, destituidos del cargo, renuncian o fallecen.[2]
El reducido número de plazas de Embajador provistos anualmente por las autoridades – a razón de 7 a 10 nombramientos por año – y el menor número de cargos que por ley posee el grado de MC ha generado un serio estancamiento en la carrera que afecta a todos los niveles del SE, pero que se expresa con mayor fuerza en dicho grado.
La más clara evidencia de la crítica situación del SE es que, ante la perspectiva de una salida anticipada del servicio, no pocos funcionarios del grado de MC se han inhibido de aceptar su nombramiento como embajadores – el máximo honor profesional al que un diplomático puede aspirar. Los MC en torno a los 60 años a menudo optan por rechazar el nombramiento y mantener la inamovilidad funcionaria, aun cuando eso implique no volver a salir destinado en el exterior.
La administración anterior buscó reducir el estancamiento instalando la práctica de no enviar al exterior a los funcionarios que ya hubiesen cumplido 65 años – en su mayoría MC – e introdujo un artículo en la Ley de Modernización que extiende la posibilidad de ser destinado hasta los 67 años, siempre y cuando medie una renuncia voluntaria a la planta del SE. Asimismo, estableció la posibilidad de nombrar embajadores desde el grado de Consejero. Sin embargo, la ley no formalizó la práctica de llamarlos a retiro a los 65 años, la que sigue siendo discrecional y sujeta a una decisión política. Así, mientras en 2017 la edad promedio de los MC era de 60.9 años, tres años después el 50% de los MC tienen 65 años o más, de acuerdo a los datos del informe interno de la Comisión de Modernización de la Carrera Diplomática de la Asociación de Diplomáticos de Carrera.
Pese a que la cuestión de la movilidad interna fue uno de los temas centrales de la agenda del SE durante la tramitación legislativa de la Ley de Modernización de 2018, esta reforma, aunque pretendió esbozar una respuesta, no fue capaz de resolver los problemas de la movilidad interna ni tampoco el del término de la carrera. Este asunto debió haberse encarado con carácter de urgencia, pero terminó siendo ignorado en la propuesta final de la ley, que puso el acento en la creación de la Subsecretaría de Relaciones Económicas Internacionales y en algunas otras cuestiones administrativas que, en general, han derivado en mayores dificultades que en beneficios para la carrera diplomática. De hecho, a octubre de 2020 se encuentran detenidos todos los ascensos del SE – desde el grado de Tercer al de Primer secretario/a – debido al mandato legal de aprobar un nuevo reglamento que los rija. Se trata de una debilidad de la ley que ha venido a profundizar el anquilosamiento de la carrera.
La crisis del SE afecta mucho más a las mujeres que a los hombres porque los espacios para el desarrollo de la carrera de las primeras son exiguos. En general, la transversalización de la perspectiva de género en las políticas públicas ha tenido evidentes dificultades para instalarse en el Ministerio de Relaciones Exteriores. La igualdad de género no fue incorporada a la ley como principio rector ni se introdujeron medidas afirmativas destinadas a ofrecer oportunidades de desarrollo profesional similares a hombres y mujeres. A pesar de las iniciativas públicas para aumentar la participación política de las mujeres, a la fecha no se han emprendido los ajustes necesarios para transformar a la Cancillería en un servicio plural e inclusivo, como sería lo esperable en concordancia con el planteamiento oficial de los gobiernos más recientes.
Hoy la Cancillería se encuentra rezagada respecto de otros servicios públicos en lo que se refiere a la incorporación de las mujeres en puestos de decisión y poder. La situación de las embajadoras es ilustrativa de este panorama. Desde 2010 a la fecha, 83 funcionarios del SE fueron nombrados embajadores, de los cuales 73 eran hombres y sólo 10 eran mujeres. Si bien hubo voluntad política de promover mujeres embajadoras desde el grado de Consejera en el gobierno anterior, esta práctica apenas fue continuada por la administración actual, que hasta hoy sólo ha designado dos mujeres embajadoras.
¿Por qué debería preocuparnos el estancamiento?
Los efectos negativos del estancamiento del SE son evidentes. Por años se ha incubado un creciente sentimiento colectivo de frustración entre los diplomáticos y diplomáticas, quienes han visto obstaculizadas sus perspectivas de desarrollo profesional y personal. Si bien la diplomacia es una carrera en que los años de experiencia poseen un peso preponderante, el envejecimiento del escalafón ha llevado este valor al paroxismo y distorsionado el curso regular de la carrera diplomática. Cuando no se da tiraje a la chimenea, el mérito profesional como criterio de movilidad funcionaria bordea la irrelevancia.
Sin embargo, más allá de los intereses gremiales, el estancamiento posee efectos perniciosos para la calidad de nuestra diplomacia y la promoción de los intereses de la comunidad política en el exterior.
Aunque los funcionarios del SE tienen hoy el más alto nivel académico y profesional desde la creación de la carrera, el estancamiento puede operar como un desincentivo a su perfeccionamiento profesional, particularmente de aquellos que se encuentran en la etapa intermedia del escalafón.
Por otro lado, el debilitamiento de la profesionalización del SE contribuye a que este último posea una menor influencia en la definición de la política exterior en favor de actores externos a la Cancillería.[3] Es claro que esto no es funcional a los intereses del SE, que a menudo ha resentido su relativa irrelevancia en la toma de decisiones. Pero también puede tener efectos negativos para la política exterior, en especial si los actores externos no poseen la experticia o calificaciones necesarias.[4]
La adaptación a entornos en transformación – con una creciente incorporación de herramientas digitales y tecnológicas a la tarea diplomática – puede resultar particularmente desafiante y compleja para un escalafón envejecido y desmotivado. De hecho, el estancamiento, en la medida que se vincula estrechamente a la perpetuación de grupos dominantes en el contexto de la política burocrática, contribuye a limitar los necesarios espacios de innovación, renovación de cuadros profesionales y pensamiento crítico al interior de la Cancillería.
Una buena política exterior necesita un cuerpo diplomático en forma y que comprenda cabalmente el entorno estratégico en el que se mueve para poder incidir en él. En contraste, un SE desmotivado, sin expectativas de desarrollo profesional adecuadas y en exceso burocratizado puede acarrear crecientes costos de eficiencia, en especial si carece de las habilidades para abordar satisfactoriamente los desafíos futuros de la política exterior.
El Servicio Exterior y el nuevo ciclo de la política exterior
La promulgación de la Ley de Modernización parece haber cerrado una ventana de oportunidad de reforma de la Cancillería que no promete volver a abrirse prontamente. No obstante, el proceso constituyente en curso y las próximas elecciones presidenciales aparecen como una coyuntura propicia para pensar en el lugar que el país aspirará a ocupar en el mundo y los medios necesarios para conseguirlo. Para aspirar a tener viabilidad política, la necesaria adecuación del SE chileno – y del conjunto de la Cancillería – debe trascender su tradicional enfoque gremial y situarse en el contexto de una reflexión más amplia sobre el futuro de nuestra política exterior.
Habiéndose agotado el proyecto internacional post-dictatorial, hoy es necesario avanzar hacia un nuevo ciclo de la política exterior para las próximas décadas, en el cual el Servicio Exterior deberá jugar un rol fundamental.
Nuestra política exterior debe tener como uno de sus objetivos primordiales el contar con un SE que dé cuenta y ponga en valor la diversidad de nuestra comunidad política en términos socioeconómicos, étnicos y de género. En particular, el aporte que las mujeres pueden hacer a la política exterior chilena desde puestos de mayor responsabilidad, visibilidad y poder sigue en etapa de construcción, dejando en evidencia los avances desiguales que se observan en el proceso de expansión de la ciudadanía del Chile democrático.
El aseguramiento de la diversidad en los cuerpos diplomáticos ha ocupado a muchas cancillerías en los últimos años, en el entendido que, lejos de ser excluyentes entre sí, los criterios de pluralidad y eficacia a menudo se refuerzan mutuamente.[5] Se trata de un elemento clave de la profundización de la democracia, cuya inclusión tiene el valor de permitir proyectar una nueva imagen internacional del país tras el proceso constituyente, particularmente teniendo en cuenta los grupos de pares con los que el país busca relacionarse tanto dentro como fuera de la región. Un SE más diverso contribuirá a reforzar las bases de legitimidad democrática de la política exterior y fortalecer el vínculo de nuestro cuerpo diplomático con la comunidad que representa ante el mundo.
Otro elemento distintivo del nuevo ciclo deberá ser el desarrollo de una diplomacia de nicho que concentre nuestros esfuerzos políticos en agendas internacionales específicas, a fin de perfilar el estatus internacional del país y contribuir al cultivo de bienes públicos regionales y globales. Entre las múltiples adecuaciones institucionales que una estrategia de este tipo requerirá se encuentra el desarrollo de capacidades diplomáticas altamente especializadas que permitan al país asumir el liderazgo técnico y político en las áreas que se prioricen. Para ello será necesario contar con una carrera funcionaria que promueva y facilite la especialización de sus diplomáticos, en lugar de desincentivarla como en la actualidad.
La política internacional hoy tiene lugar – como señala el académico Matthias Erlandsen – en un especio diplomático expandido, caracterizado por una creciente importancia de la diplomacia pública y digital. A fin de que nuestra política exterior se adecúe a este nuevo entorno, la formación de nuestros diplomáticos debe asumir una aproximación de tipo transprofesional, incluyendo el desarrollo tanto de habilidades convencionales como de comunicación internacional.[6]
La inclusión de escaños reservados para pueblos indígenas en la Convención Constituyente, así como el carácter paritario de ésta, sentarán un precedente ineludible para el nuevo ciclo de la política exterior. Para que nuestra diplomacia esté a la altura de los tiempos y sea reflejo de una sociedad más equitativa e incluyente, resulta imprescindible contar, en el corto plazo, con medidas de acción afirmativa tanto en el reclutamiento como en la movilidad interna de la carrera diplomática, orientadas prioritariamente al cierre de las brechas de género que subsisten en el SE. Asimismo, ameritan examen y reforma los espacios de toma de decisión en materia de política exterior, con propuestas concretas – permanentes y temporales, normativas y reglamentarias – que introduzcan factores de equidad en el sistema.
Si bien los días en que el Servicio Exterior era el exclusivo agente de nuestra diplomacia han quedado en el pasado, sería un error confundir su pérdida del monopolio de la política exterior con su supuesta irrelevancia. Nuestros diplomáticos y diplomáticas continuarán desempeñando labores fundamentales para el éxito de nuestra inserción internacional. La Cancillería chilena debe emprender los ajustes necesarios para transformarse en un servicio diverso, inclusivo y de excelencia.
Es preciso no pasar por alto la actual crisis estructural de la carrera diplomática y abordarla con visión y decisión política.
El éxito futuro de nuestra política exterior descansa en ello.
Carola Muñoz: Consejera del Servicio Exterior de Chile, Periodista de la Universidad de Chile, Magister en Política Exterior de la Universidad de Santiago de Chile.
Cristóbal Bywaters: PhD (c) en Política y Estudios Internacionales – University of Warwick (Inglaterra). MSc International Relations (Research) – London School of Economics and Political Science.
[1] Valdés, Juan Gabriel. 2018. “La Cancillería está depresiva”. Pauta. Recuperado 8 de noviembre de 2020 (https://www.pauta.cl/politica/juan-gabriel-valdes-critica-a-la-cancilleria-esta-claramente-depresiva).
[2] ADICA (2017). Informe interno de grupo de trabajo a la Asociación de Diplomáticos de Carrera. Comisión de Modernización de la Carrera Diplomática.
[3] Ver: Amorim Neto, Octavio, y Andrés Malamud. 2019. “The Policy-Making Capacity of Foreign Ministries in Presidential Regimes: A Study of Argentina, Brazil, and Mexico, 1946–2015”.Latin American Research Review 54(4):812–34.
[4] Ross, César. 2012. “Los desafíos de la política exterior chilena”. Pp. 853–80 en La política exterior de Chile, 1990-2009: del aislamiento a la integración global., editado por M. Artaza y C. Ross. Santiago: USACH – Doctorado en Estudios Americanos: RIL Editores.
[5] Lequesne, Christian. 2020. “Ministries of Foreign Affairs: A Crucial Institution Revisited”. The Hague Journal of Diplomacy 15(1–2):1–12.
[6] Erlandsen, Matthias (2021). “Diplomacia pública (y digital) en una potencia intermedia: reenfoques para una mejor actuación de Chile al 2030”.
Publicado en El Mostrador (14-11-2020):
https://www.elmostrador.cl/destacado/2020/11/14/estancamiento-y-crisis-del-servicio-exterior/

Columna en La Tercera: «Hacia un nuevo ciclo progresista para la política exterior chilena»
Daniela Sepúlveda Soto, Cristóbal Bywaters C. y Andrés Villar Gertner
En los últimos años nos hemos acostumbrado a que la política exterior chilena abandone su tradicional espacio de excepcionalidad para ubicarse en el centro del debate nacional.
En consonancia con las crisis simultáneas del orden internacional liberal y el “modelo” chileno, las relaciones exteriores del país se encuentran en un interregno entre su esplendor pasado y un mundo incierto, donde las viejas fórmulas y categorías no necesariamente serán de utilidad frente a los nuevos desafíos.
Mirada a la luz de sus objetivos, la política exterior post-dictatorial fue ampliamente exitosa. Un contexto internacional favorable permitió al país restaurar y ampliar sus vínculos externos tras la restitución de la democracia. La influencia nacional aumentó gracias a un activo papel en el sistema multilateral. En lo que respecta a la inserción económica, una ambiciosa red de acuerdos contribuyó a la consecución de objetivos diplomáticos que trascendían la esfera estrictamente comercial.
No obstante, al tiempo que el estatus internacional del país experimentaba una transformación sin precedentes en su historia, se incubaba en la sociedad chilena un profundo malestar con el orden social y económico que brindó, en parte importante, sustento a tal ascenso.
El estallido social de octubre de 2019 terminó de desestabilizar la narrativa de prosperidad económica, estabilidad política y progreso social que las élites chilenas cultivaron y proyectaron hacia el exterior durante las décadas anteriores, dejando al desnudo las limitaciones y tensiones que subyacían al otrora celebrado modelo. A fin de cuentas, no éramos tan distintos al resto de América Latina.
Pocas dudas quedan de que el proyecto internacional post-dictatorial está agotado. Hoy es preciso avanzar hacia un nuevo ciclo de la política exterior para las próximas décadas, el cual deberá estar subordinado al proyecto de país que la comunidad política se dé para sí mediante el proceso constituyente que estamos comenzando.
En un sistema internacional con crecientes constricciones, la generación de condiciones para la autonomía externa será la problemática estratégica central del nuevo ciclo de la política exterior. En la acción colectiva -y no en el repliegue-, se encuentra la clave para lograrlo.
En lo inmediato, la restauración de la credibilidad internacional del país y la subsanación del daño reputacional sufrido durante los últimos años aparecen como un objetivo de primer orden y una condición mínima para la viabilidad de la inserción internacional.
¿Cuáles deberían ser las características de un nuevo proyecto internacional progresista para la política exterior chilena?
Se trata, en primer lugar, de una política exterior feminista, humanista e igualitaria. Otorga centralidad a la democracia, la equidad, los derechos humanos y la dignidad de las personas como ejes articuladores de su narrativa y accionar.
A nivel interno, está al servicio de la protección y expansión de las conquistas democráticas. En el plano externo, promueve, con realismo y responsabilidad, los valores que la sustentan, así como busca asegurar las condiciones que permitan el pleno desarrollo de la sociedad chilena y la construcción de un orden internacional justo y sostenible.
Una política exterior progresista no parte del supuesto de unidad cultural que se halla implícito en el concepto del “interés nacional”. Por el contrario, reconoce la pluralidad de la comunidad política y avanza hacia una política exterior plurinacional.
En ese mismo sentido, adopta una visión expansiva de los intereses de la comunidad política y es escéptica de las perspectivas que los reducen exclusivamente a los intereses comerciales y la soberanía westfaliana.
Asimismo, rechaza el neosoberanismo y reconoce que los intereses de la comunidad política están inexorablemente vinculados a las agendas comunes de la humanidad, los cuales requieren más y mejor multilateralismo, y no uno “a la carta”.
A fin de asegurar la autonomía externa, en lugar de rehuir de las responsabilidades internacionales derivadas de la mejorada posición internacional del país, una aproximación progresista promueve, por medio de alianzas ad hoc, la creación y ampliación de bienes públicos a nivel regional y global.
En consonancia con la tradición de la izquierda democrática, un nuevo proyecto progresista otorga prioridad efectiva a América Latina, impulsando iniciativas de convergencia regional, en particular con los países vecinos.
Desde el punto de vista de la estrategia diplomática, cultiva un enfoque de tipo intensivo al apostar por una diplomacia de nicho.
Un ejemplo de nicho es la crisis climática, ámbito en el cual el país puede recuperar su credibilidad por medio de lo que denominamos una política exterior turquesa; es decir, que combina los componentes ambientales tradicionales (verde) con la protección y administración del océano (azul).
En cuanto a la estructura institucional, un enfoque progresista promueve el desarrollo de un Sistema Nacional de Política Exterior de amplio espectro que fomente el potencial de inserción internacional autónoma y convergente de los actores subestatales.
Finalmente, a fin de reforzar sus bases de legitimidad democrática, es necesario contar con una política exterior participativa y establecer contrapesos institucionales a la conducción presidencial de las relaciones exteriores.
Al igual que en el pasado, el éxito de un nuevo ciclo de la política exterior dependerá tanto de la calidad de su diplomacia como de la capacidad que tenga el sistema político de resolver democráticamente los conflictos y dilemas que enfrenta la sociedad en la actualidad.
A corto y mediano plazo, ello está estrechamente vinculado tanto a la recuperación de la crisis económica y social derivada de la pandemia, como de la forma en que se lleve a cabo el proceso constituyente y el pacto social que emerja de este.
En el largo plazo, el desempeño internacional del país estará sujeto a su nivel de desarrollo, la capacidad de la nueva Constitución de sentar las bases de un orden social más justo, y, por cierto, el contar con una mejor política exterior.
Lejos de constituir un obstáculo a su inserción internacional, el estallido social, el proceso constituyente y la elección presidencial de 2021 representan una oportunidad para repensar la forma en que Chile se relacionará con el mundo.
Por lo pronto, las fuerzas progresistas tienen la responsabilidad de aunar debates críticos y constructivos sobre el futuro de la proyección internacional del país.
Publicado en La Tercera (22-10-2020):
https://www.latercera.com/opinion/noticia/hacia-un-nuevo-ciclo-progresista-para-la-politica-exterior-chilena/F7L2UMWPR5GDXK32SR4VRJOIDQ/

Conferencia Senador José Miguel Insulza sobre política exterior
Hoy tuve el agrado de comentar la conferemcia Desafíos domésticos, regionales y globales de la política exterior chilena, dictada por el Senador José Miguel Insulza.
El Senador Insulza ha sido Ministro de Relaciones Exteriores y Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA). En la actualidad, se desempeña como Presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de la República de Chile.
El evento tuvo lugar en el Aula Magna de la Universidad Alberto Hurtado, como una iniciativa conjunta de los cursos Teoría y práctica de la inserción internacional de Chile y Políticas exteriores comparadas, y con el apoyo del Programa Interdisciplinario de Relaciones internacionales para América Latina (PROIAL).
La conferencia fue también comentada por la Directora de la carrera Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Shirley Götz B.
Ésta fue la primera actividad del Ciclo de Conferencias de Política Exterior 2019 del Departamento de Política y Gobierno.

Participación en workshop sobre agencia de estados pequeños
El día de hoy se llevó a cabo el workshop «The Entrepreneurial Power of States» en el Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
El taller contó con la participación especial del profesor Andrew F. Cooper (www.andrewfcooper.com) de la Universidad de Waterloo (Canadá).
Mi presentación llevó por título Small state status seeking from the Global South y expuso los argumentos centrales de mi proyecto de investigación doctoral.
Participaron también como expositores los académicos Jaime Baeza, Nicole Jenne y Carsten Schulz.
El taller tuvo lugar en el marco del Proyecto FONDECYT N° 11170185 y fue coordinado por Carsten Schulz (PUC).
We just finished a great ‘mini workshop’ on entrepreneur states and small state agency with Prof Andrew Cooper! 🇨🇦
Thanks @schulz_c_a @icp_uc for the invitation, and @nicjenne @Jaime_Baeza_F @agzocar for your useful feedback on my PhD research!— Cristóbal Bywaters C. (@cbywatersc) 8 de marzo de 2019
El fallo de La Haya y las «tensiones tectónicas» de la política exterior chilena
El fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) conocido a inicios de octubre de este año constituyó una indiscutible victoria para la posición defendida por Chile. No obstante, al tiempo que las relaciones con La Paz se deterioraban aceleradamente, la política exterior chilena comenzó a experimentar sutiles, pero importantes tensiones tectónicas que requieren ser abordadas en el mediano plazo.
Ver texto completo en: https://bit.ly/2TALv9H.

III Encuentro de Egresados con Estudiantes de Ciencia Política y Relaciones Internacionales
El Encuentro de Egresados con Estudiantes es una instancia que se ha hecho cada semestre entre estudiantes con egresados que se invita por parte del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales que se efectuó el 16 de noviembre en la UAH.
En esta ocasión, se invitó a Lorena Ferreira, quien es Coordinadora de la Unidad de Redes Transdisciplinaria de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile y a Cristóbal Bywaters, que trabaja de Analista en la División de Planes y Políticas de la Subsecretaría de Defensa.
Publicado en Política y Gobierno (UAH) (16/11/2016). https://bit.ly/2C18OyN
Resultado del IV Concurso de Investigadores Jóvenes 2013
El concurso de investigadores jóvenes, que organiza la Facultad de Ciencias Sociales ya tiene la lista de ganadores. Este año se presentaron 6 proyectos, de los cuales cuatro quedaron seleccionados y corresponden a estudiantes de las carreras de Antropología, Ciencia Política y Sociología.
El objetivo del concurso es apoyar a los estudiantes en su formación como investigadores. Los proyectos seleccionados son:
Primer lugar: “El consenso en torno a la política exterior chilena. Una aproximación desde la Teoría Fundamentada”. Cristóbal Bywaters, Owana Chiang, Maximiliano Prieto.
Profesor guía Shirley Götz.
Segundo lugar: “Nacionalización del sistema de partidos chilenos, 1989-2013”. Daniela Novoa, Sebastián Rivera, Victor Díaz.
Profesor guía, Fabián Pressacco.
Tercer lugar: “El rol de la inserción laboral femenina en áreas estratégicas de la producción en Chile: el caso de la empresa CODELCO”. Paulina Rojas, Catalina Jiménez, Raúl Troncoso del Rio.
Profesor guía, Nicolás Angelcos.
Cuarto lugar: “Reconstruyendo el fenómeno lúdico: un acercamiento histórico experiencial”. Luis Clavería, Madie Padilla, Camilo Vera. Profesor guía, Nicólas Angelcos.
Publicado en Facultad de Ciencias Sociales UAH (06/08/2013). https://bit.ly/2F6LEao
[2013] Cuando Chile dijo “No” a Estados Unidos
Son poco frecuentes los asuntos de política internacional que han logrado captar la atención de la opinión pública chilena desde el retorno a la democracia. En las últimas semanas fuimos testigos de la expectación generada por la fase oral del diferendo en La Haya, tal como lo fuera a inicios de los noventa el caso Honecker o a fines de la misma década la detención de Augusto Pinochet en Londres.
Por estos días se cumplirán 10 años desde que Chile tomara asiento por cuarta vez en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Durante las semanas posteriores se desarrollaría uno de los sucesos más relevantes y, a la vez, menos estudiados de la trayectoria de la política exterior chilena contemporánea. El país se vio inmerso en el debate que precedió a la invasión estadounidense (y de unos pocos más) a Irak; uno de los momentos más críticos de la política internacional en lo que va del siglo.
Pocas semanas antes de que Irak reemplazara temporalmente a los efectos del caso MOP-Gate como centro de la agenda política nacional, la Cancillería había finalizado con éxito las negociaciones del tratado de libre comercio con Estados Unidos, dejando atrás las frustraciones producidas por dos rondas fallidas en un lapso de diez años. Por distintos canales, la diplomacia washingtoniana hizo saber al gobierno de Ricardo Lagos que una postura desfavorable a los intereses estadounidenses en el Consejo de Seguridad pondría en riesgo el camino que aún le faltaba recorrer al tratado para su ratificación.
Contrariamente a las expectativas que podría generar un país que se describe a sí mismo como pequeño y distante, Chile desempeñó un papel destacado en las negociaciones en el Consejo de Seguridad. La gran polarización entre los miembros permanentes y su incapacidad para alcanzar consensos hizo que los rotativos –en su mayoría, países pequeños y medianos- por momentos tomaran las riendas de un debate que conducía a una guerra que, por el voluntarismo estadounidense, resultaba inevitable. En efecto, Estados Unidos iría a la guerra con o sin el apoyo de Naciones Unidas y así se lo había hecho saber a las autoridades chilenas.
Las conversaciones del más alto nivel diplomático no cesaron entre enero y el 17 de marzo, dos días antes de que Estados Unidos desplegara su fuerza militar. Lagos sostuvo conversaciones con los principales líderes del mundo, entre ellos su correligionario de la tercera vía Tony Blair, quien, por su afinidad ideológica con el presidente chileno, había asumido la tarea de convencerlo de apoyar la invasión, al tiempo que George W. Bush intentaba hacer lo mismo con Vicente Fox. Ambos fracasaron.
En coordinación con México –el otro país latinoamericano en el Consejo de Seguridad-, Chile adoptó una posición equidistante entre los estancos bloques liderados por Estados Unidos y Francia, respectivamente. Vistas por separado, las posiciones de los países latinoamericanos eran moderadas; en conjunto, constituían una férrea oposición a la invasión y un apoyo de principio al multilateralismo de Naciones Unidas. En esto fue determinante el rol del embajador Juan Gabriel Valdés quien, por coincidencias de la vida, guardaba una estrecha amistad con su par mexicano, Adolfo Aguilar Zínser.
En términos prácticos, Chile nunca votó en contra de la invasión porque Estados Unidos no estuvo dispuesto a exponerse al veto francés ni menos a dejar en evidencia su incapacidad para concitar el apoyo de la sociedad internacional. Fue una semana antes de la invasión cuando Lagos comunicó a Bush –en una bien documentada conversación- que no contaría con su apoyo en Irak. En las semanas que siguieron, las relaciones entre ambos gobiernos se enfriaron, mientras en Chile diversos personeros y analistas (de izquierda, centro y derecha) lamentaban la innecesaria y excesiva exposición del país en asuntos que no eran de su incumbencia… ¿Para qué meterse en las patas de los caballos con un tratado de libre comercio ad portas?
Contraviniendo los malos augurios y temores de muchos, Chile y Estados Unidos suscribieron el tratado pocos meses después, en una ceremonia de bajo perfil. Washington no podía castigar al Estado llave que le permitía marcar presencia en una región en la cual avanzaban con rapidez gobiernos con discursos anti-imperialistas. Los costos de no suscribirlo eran, al fin y al cabo, más altos para Washington que para Santiago. De no hacerlo, el Departamento de Estado se hubiera quedado sin política exterior hacia América Latina.
Con la perspectiva del tiempo a nuestro favor, la decisión de no apoyar la invasión resultó ser acertada al lograr concretar el tratado de libre comercio sin comprometer la mínima independencia que se espera de un país que dice ser soberano. Las aprensiones respecto a las potenciales consecuencias negativas que implicaría el oponerse a la invasión a Irak aparecen hoy como desmedidas al contrastarlas con los reales costos que debió asumir el país, los cuales, en la práctica, fueron virtualmente nulos.
Lagos no sólo fue quien tomó la decisión sino que también fue su diseñador e implementador, con el respaldo de un segundo piso que, de alguna forma, sustituyó a una Cancillería que no estuvo dispuesta a poner en riesgo las relaciones comerciales con Estados Unidos. Quien afirme que influyó de manera determinante sobre el Presidente probablemente exagera.
Por lo anterior, este caso es muestra clara del más importante déficit democrático que aqueja a nuestra política exterior: la excesiva concentración del poder decisorio en el Presidente de la República, quien dispone de las capacidades del Estado en el sistema internacional sin contrapesos institucionales significativos. A esto se suma la ausencia de un debate sustantivo sobre esta política pública bajo el amparo de un consenso espurio y conservador.
No obstante lo anterior, este episodio ha sido la más contundente demostración del compromiso del país con el Derecho Internacional y el multilateralismo, sentando un precedente trascendental para los países que, como el nuestro, carecen de los suficientes recursos de hard power para jugar un rol decisivo en la política internacional. No sólo las grandes potencias tienen algo que decir respecto al destino de la humanidad. Las potencias emergentes y, en especial, los países pequeños tienen la responsabilidad, en la medida de sus capacidades, de contribuir a la preservación del orden en la sociedad internacional y a que éste sea más justo.
Publicado en El Quinto Poder (24/03/2013). https://bit.ly/2Q3Z1wC
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